Ya me habréis leído
acerca de Yellow. Querido mío, ya sabes como te aprecio, pero este fin de
semana ni aprecios ni leches, simplemente te envidio. “Mala perra”, que dirías
tu.
Sabía y se que vive
bien. Chuza va, chuza viene. Se y no sabía que ha encontrado el punch, vamos
que ya define a altas horas de la noche después de exigentes flirteos. Chuza
viene, chuza va otra vez. Ahora toca entreno y partido. Chuza otra vez. Sabía que se iba al gran premio de Mónaco este fin de
semana, lo que no sabia –ni el tampoco, ¡qué demonios!- es que un terrible mal,
primo-hermano del llamado síndrome de Stendhal –ese que ha redescubierto la
campaña de Audi para el nuevo A8- le iba a afectar.
Me cuenta que ha vuelto deprimido, con la
cabeza en otro sitio, la vista perdida… pero a diferencia de lo que le ocurrió
al escritor francés en Florencia, Yellow no “tuvo la necesidad de salir” de Mónaco, la vida
consignataria le obligó... porque de buena gana se habría quedado, y la sobredosis
de belleza no fue causada por ninguna obra de arte en sentido estricto, ni
siquiera por ningún coche. Fueron las bellezas que surgían de la noche monagesca que
le llevaron a “quedarse” al lado de Flavio Briatore, codo con codo. Vaya rival.
Bautizado queda tal
mal, será el síndrome de Babendhal. Mira, bien pensado: no te envidio, querido mío…
ahora te jodes, haberlo pensado mejor y no haber ido. Como hice yo, ja! –que penita
doy.
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